Los medios de masas son como ya sabemos, excesivos y van cada día en aumento. A diferencia de la fotografía, del cine y de la pintura, donde hay un escenario y una mirada, tanto la imagen video como la pantalla del computador inducen una especie de inmersión, de relación umbilical, de interacción «táctil». Uno penetra en la “sustancia” de la imagen para modificarla, uno se mueve como quiere y hace lo que quiere con la imagen interactiva, pero la inmersión es el precio de esta disponibilidad infinita, de esta combinatoria abierta. Lo mismo ocurre con el texto, con cualquier texto «virtual». Aquello se trabaja como una imagen de síntesis, lo que no tiene ya nada que ver con la trascendencia de la mirada o de la escritura, tal como lo menciona el texto “es en la separación estricta del texto y de la pantalla, del texto y de la imagen, donde la escritura es una actividad de pleno derecho, nunca una interacción.” Del mismo modo, sólo en la separación estricta del escenario y de la sala el espectador es un actor de pleno derecho. Pero resulta que todo concurre hoy en día a la abolición de esta fractura: la inmersión del espectador se vuelve algo fácil, interactivo. Las máquinas sólo producen máquinas. Eso es cada vez más cierto a medida que se van perfeccionando las tecnologías virtuales. A cierto nivel de maquinización, de inmersión en la maquinaria virtual, “deja de haber distinción hombre/máquina: la máquina está en los dos lados del interfaz. Quizá ya sólo seamos su propio espacio, el hombre convertido en la realidad virtual de la máquina, su operador en espejo”. Eso guarda relación con la esencia misma de la pantalla. No existe un más allá de la pantalla como existe un más allá del espejo. Las dimensiones del tiempo mismo se confunden allí en el tiempo real. Y como la característica de cualquier superficie virtual es, ante todo, estar allí vacía y, por tanto, poder ser llenada por lo que sea, de nosotros depende entrar en tiempo real, en interactividad con el vacío.
Paralelamente, todo lo que es producido por el médium de la máquina es una máquina. Los textos, imágenes, películas, discursos y programas surgidos del ordenador son productos maquínicos y tienen esas características: artificialmente expandidos, potenciados por la máquina, las películas desbordantes de efectos especiales, los textos que se hacen largos, repletos de redundancias debidas a la maligna voluntad de la máquina de funcionar a cualquier precio (es su pasión) y a la fascinación del operador por esta posibilidad ¡limitada de funcionamiento. De ahí el carácter pesado, en las películas, de toda esa violencia y esa sexualidad pornografiada, que sólo son efectos especiales de violencia y de sexo, ni siquiera fantasmados por seres humanos, pura violencia maquínica que ya no nos afecta. De ahí todos esos textos que parecen obra de agentes virtuales «inteligentes», cuyo único gesto es el de la programación, mientras que el resto se desarrolla según criterios automáticos.
La virtualidad sólo se aproxima a la felicidad porque retira subrepticiamente cualquier referencia a las cosas. Nos da todo, pero de manera sutil nos escamotea al mismo tiempo todo. El sujeto se realiza en ella perfectamente, pero cuando el sujeto está perfectamente realizado, se convierte de forma automática en objeto y cunde el pánico.
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